24 Ven, Espíritu Santo-ESCUELA DE ORACION



Hace años empezaron a hacerse frecuentes en los periódicos unas "Oraciones al Espíritu Santo" que pretendían ser un modo infalible de conseguir determinadas cosas concretas. En realidad ese tipo de oraciones al Espíritu pidiendo "cosas" siempre me dejaron un tanto incómodo. La Iglesia no tiene costumbre de orar al Espíritu Santo. Lo normal es dirigir nuestras oraciones al Padre por medio de Jesús.

Tradicionalmente la Iglesia ha orado al Espíritu Santo sólo de una forma muy simple. Se limita a repetirle una sola palabra, un verbo en imperativo: "Ven". Se le invoca para que venga, para que inspire nuestra oración. Una vez que se le ha invocado al principio de la oración, luego ya uno se olvida de él mientras él sigue haciendo su obra en nosotros.

Decimos que el Espíritu Santo es "el gran desconocido". Lo es, no solo por descuido o desinterés nuestro, sino porque pertenece a la propia personalidad del Espíritu Santo el ser desconocido. Nunca habla por su cuenta (Jn 16,13), sino que nos pone en relación con la persona del Padre y con la de Jesús. Él se desvanece para que ellos pasen a ocupar el primer plano de nuestra oración. No oramos al Espíritu, sino que es el Espíritu quien ora en nosotros (Rm 8,26), pronunciando en nuestro corazón dos brevísimas oraciones: "Abba, Padre" (Rm 8,15), y "Jesús es Señor" (1Co 12,3). Nos hace entrar en una relación íntimamente personal con Dios como Padre, y nos hace vivenciar a Jesús como el Señor de nuestra vida, el Señor al que pertenecemos enteramente.

Invocamos al Espíritu Santo al principio de nuestra oración, de nuestro estudio, de nuestro trabajo, de nuestras reuniones. Le invocamos cuando nos sentimos desorientados, perplejos, cobardes, agobiados, cansados. El Espíritu es energía de vida que sopla sobre lo que está inerte. El profeta lo invocaba sobre los huesos secos: "Ven Espíritu, de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos para que vivan" (Ez 37,9).

En el evangelio según San Mateo nos dice Jesús que, lo mismo que un padre humano no da nunca una piedra al hijo que le pide un pan, así también el Padre del cielo dará siempre cosas buenas a los que le suplican (Mt 7,11). En la versión de San Lucas hay un pequeño cambio respecto a la de Mateo. La conclusión lucana de esta parábola dice: "El Padre dará el Espíritu Santo a los que le suplican" (Lc 11,13). Es la única petición que está totalmente garantizada. La única "cosa" que Jesús se ha comprometido a darnos, si se la suplicamos.

La Iglesia va desgranando todos los dones que lleva consigo la llegada del Espíritu: "Lava lo que está manchado, riega lo que es árido, cura lo que está enfermo. Doblega lo que es rígido, calienta lo que es frío, dirige lo que está extraviado". Si quisiéramos resumir en una palabra lo que supone el don del Espíritu, lo resumiríamos en el término "inspiración". ¿Quién no puede percibir que hay momentos en los que uno está inspirado y momentos en los que no lo está?

La inspiración que nos da el Espíritu es en parte una luz que nos ilumina para captar cosas que no hemos entendido, para descubrir cuál es el camino a seguir. Es una intuición que nos pone sobre aviso ante determinadas trampas que puede haber escondidas ante nuestros pies. Es un flash de luz que de repente inunda nuestra oscuridad. Es el Espíritu quien inspira nuestro modo de hablar, nuestro testimonio y nuestra predicación para que utilice un lenguaje penetrante como espada de dos filos (Hb 4,12).

La inspiración del Espíritu es energía para trabajar, para perseverar en compromisos largos y difíciles, para levantarse con garbo por las mañanas y aguantar por la noche sin que se agoten las pilas. Lo mismo que el viento empuja las velas de los barcos por muy cansados que estén los remeros, así también muchas veces hemos experimentado cómo este soplo nos empuja más allá de nuestras limitadas fuerzas.

La inspiración que da el Espíritu es calor para poder amar. ¡Todo es tan fácil y tan dulce cuando nos sentimos afectados! El Espíritu nos inclina al amor descubriéndonos las bellezas ocultas de cuanto nos rodea. Afina nuestros sentidos para percibir la hermosura y ablanda nuestro corazón para dejarse afectar por ella. Este calor funde los corazones y crea comunidad donde antes sólo había individuos aislados e incomunicados.

La inspiración que da el Espíritu es en parte valor para superar nuestros miedos ante el peligro, las amenazas y las persecuciones. Es osadía para desbordar los límites de lo convencional, de lo que siempre se ha hecho, de los esquemas tradicionales.

Invoquemos al Espíritu musicalizando ese "Ven", improvisando nuevas melodías, repitiéndolo en privado y en comunidad, en distintos tonos de voz, como grito y como susurro, manteniendo la melodía con la boca cerrada, o repitiendo esos sonidos extraños que pueden aflorar a nuestros labios. ¡Ven Espíritu de Jesús resucitado! ¡Sopla sobre estos huesos para que vivan!

La invocación al Espíritu Santo en la oración de la Iglesia tiene el nombre de epíclesis, y en la reforma litúrgica del Vaticano II tiene un lugar crucial en todos los sacramentos. El gesto para dicha invocación es el de las manos extendidas con las palmas hacia abajo. Se invoca el Espíritu con esta imposición de manos sobre el pan y el vino, sobre el agua bautismal, sobre los novios, sobre los confirmandos, sobre los enfermos, sobre los penitentes. La Biblia nos dice que es mediante la imposición de manos como se comunica el Espíritu Santo (Hch 8,17-19).

Puede también hacerse esta invocación al Espíritu fuera del contexto sacramental. En la renovación carismática es habitual el que unos hermanos invoquen al Espíritu sobre otros, extendiendo las manos sobre ellos. Se puede imponer las manos a los enfermos a quienes uno visita (Mc 16,18, Hch 28,8), a los que van a emprender un viaje (Hch 13,3), a los que asumen algún ministerio no ordenado en la comunidad, a los estudiantes que van a dar un examen importante, a los que se enfrentan con alguna tarea muy difícil, a los que están discerniendo una decisión importante en sus vidas.

La invocación no sacramental del Espíritu y la imposición de manos puede hacerla un solo hermano de la comunidad a quien se le reconozca este carisma especial, o todo un grupo de hermanos que imponen sus manos sobre la persona que solicita esta epíclesis. Puede hacerse sobre la cabeza o sobre los hombros, o puede también hacerse simplemente estrechando la mano de la persona por quien se ora. Lo importante es que haya un contacto corporal que simbolice visiblemente la comunión de los santos en el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.