34 Bendito sea Dios que nos ha bendecido- ESCUELA DE ORACION




Así comienza el himno cristológico de la carta a los Efesios: "Bendito sea Dios que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales" (Ef 1,3). Bendecimos al Dios que nos bendice. Podemos bendecir a Dios porque él nos ha bendecido primero. Hablan los teólogos de una bendición descendente que baja de Dios a nosotros y de una bendición ascendente que sube de nosotros hacia Dios. El descenso divino hace posible el ascenso humano. La bendición descendente es el fundamento de la ascendente.

En latín bendecir se dice ‘benedicere’, que significa decir bien, o hablar bien de alguien. Todos necesitamos oír que hablan bien de nosotros, es la melodía más agradable a nuestros oídos; es alimento, es bálsamo. Necesitamos que los demás nos afirmen. Sin esta afirmación caemos en la inseguridad y en la depresión. Bendecir a otro es la mejor manera de afirmarle. Se trata de algo más que de decir una simple palabra de alabanza o de aprecio. No se trata solo de señalar los aspectos favorables de una persona, o sus buenas obras o logros. Se trata de hablar bien de lo que esa persona es, y no tanto de lo que ha hecho o de lo que ha conseguido.

La bendición viene a tocar esa bondad original de la persona que la hace digna de ser amada. Por tanto una de las preguntas más básicas y trascendentes que puedo hacerme es: ¿Qué dice Dios de mí? ¿Qué opinión le merezco? ¿Cómo habla de mí a otros? ¿Qué comenta de mí? ¿Habla bien o mal?

Pues bien, la Biblia nos dice que Dios nos bendice, que habla bien de nosotros. Pero sus bendiciones no son solo palabras bonitas, sino palabras eficaces que realizan aquello que dicen. "Dijo Dios, y así fue" (Gn 1,9). Así de simple. Dios nos bendice con sus obras creadoras, con sus dones, con su perdón, con su gracia. Pero nos bendice sobre todo en la persona de Cristo.

Lo mismo podríamos decir en cierto sentido al hablar de las bendiciones que nosotros dirigimos a Dios. Se trata primariamente de la alabanza de nuestros labios. Bendecimos a Dios cuando hablamos bien de él. Lo contrario de la bendición es la blasfemia que consiste en hablar mal de Dios. Hablamos bien de Dios cuando cantamos su grandeza, su bondad, la belleza de sus obras. Pero también hablamos bien de Dios cuando reconocemos su obra en nosotros como un reflejo de su bondad. María bendice al Señor cuando reconoce que Dios ha hecho obras grandes en ella; su bendición se opone a la queja de la vasija de barro que murmuraba contra su hacedor: "¿Qué haces tú?’, y tu obra no está hecha con destreza" (Is 45,9).

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También nuestra bendición es un lenguaje "performativo", es decir, eficaz, operativo. Del mismo modo que Dios no bendice solo al hombre con sus palabras, sino con el desbordamiento de su vida, tampoco el hombre bendice a Dios solo con sus palabras, sino con su disposición para que esa vida desbordante siga comunicándose y esparciéndose a partir de esos dones reconocidos. Al reconocer la bondad de Dios derramada sobre el hombre en tantas bendiciones, la bendición humana intensifica y ahonda esa misma bondad y la dota de una nueva cualidad expansiva.

Hay quien llega incluso a decir que las plantas crecen mejor cuando se las bendice, cuando hablamos con ellas y les decimos cosas bonitas con ternura. Y si es verdad de las plantas y los animales, cuánto más será verdad de las personas… La bendición es una llamada a la vida, es como un masaje cardíaco que acelera y estimula la corriente sanguínea. "Bendecid, no maldigáis, porque habéis sido llamados a heredar una bendición" (Rm 12,14).

Nouwen constata cómo el sentimiento de ser bendecido no es el sentimiento básico habitual que suelen tener los hombres. Muchos se viven a sí mismos como personas malditas a quienes todo les sale mal en la vida. Escuchan a una voz interior que les dice que son malos, inútiles, desgraciados. En lugar de vivirse a sí mismos como alcanzados por la gracia, se viven como víctimas de una desgracia.

La oración es el momento de sustraer nuestra vida de la sombra de la maldición para situarla a la luz de la bendición. Sin dejarse hipnotizar por esa vocecita insidiosa que nos repite que somos unos desgraciados, tenemos que escuchar esa otra vocecita suave que insiste en decirnos que "En Cristo Jesús hemos sido bendecidos con toda clase de bienes" (Ef 1,3).

Solo entonces pasaremos por la vida bendiciendo también a los demás, hablando bien de los que nos rodean. Las bendiciones que nos deseamos unos a otros serán la expresión de esa bendición que ha sido pronunciada sobre cada uno desde toda la eternidad.

Jesús como buen judío no sabía orar sin bendecir. Una de las pocas oraciones de Jesús que el evangelio ha recogido literalmente comienza precisamente con una bendición: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra" (Mt 11,25). El último gesto de Jesús al separarse visiblemente de nosotros subiendo al cielo fue un gesto de bendición. "Los sacó hasta cerca de Betania y alzando sus manos los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos y subió al cielo" (Lc 24,50-51).

En la espiritualidad judía lo propio del sacerdote era bendecir. Hasta hoy en América es costumbre que los fieles se acercan siempre al sacerdote diciéndole: "Padrecito, bendición". Jesús ejerce su sacerdocio mediador hablándole a Dios bien de nosotros, y hablándonos bien a nosotros de Dios. Una de las oraciones principales de la Biblia se conoce como la "bendición sacerdotal" del libro de los Números. La Iglesia la recoge en la fiesta del primero de año como signo y prenda de todas las bendiciones para el año nuevo.

"Así habéis de bendecir a los israelitas. Les diréis: ‘Que el Señor te guarde y te bendiga; ilumine el Señor su rostro sobre ti y te sea propicio. Que el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz’. Que invoquen así mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré" (Nm 6,23-27).