Isaías: La oración , búsqueda del Dios santo




Isaías significa “Dios es salvación”.

Es el gran profeta de Israel del siglo VIII a. C. Nació en Jerusalén, emparentado con la familia real, se casó con una profetisa y tuvo dos hijos. Vivió durante los reinados de Osías, Yotán, Acaz y Ezequías. Gracias a la educación y posición que ostentaba, todo su modo de hablar y comportarse reflejan un hombre culto familiarizado con el templo, el ambiente de la corte y los círculos aristocráticos.

Su ministerio profético duró medio siglo. Llamó a confiar en la alianza con Yahveh. Profetizó durante la crisis causada por la expansión del Imperio asirio. Se opuso al protectorado de Asiria que el rey Acaz propició para enfrentarse a los reyes de Damasco e Israel (norte). En el 701 a. C. Confortó al rey Ezequías durante el asedio de los ejércitos de Senaquerib a la ciudad santa. Murió aserrado durante la persecución del rey Manasés (Cf. Hb 11,37). Tres fechas tejen la trayectoria histórica del gran profeta: Is 1,1; 7,1-17; 2 R 16,5-9; 19,14-20; 12-19; Is 37,1-38.

El libro de Isaías es el más largo de la Biblia: 66 capítulos. La elegancia de su estilo, la viveza de sus imágenes y la belleza literaria de sus profecías lo convierte en un clásico de la literatura de Israel.

Se distinguen en él tres partes, correspondientes a tres períodos diferentes: desde el siglo VIII al V a.C.
Según algunos autores católicos: el primer Isaías (caps. 1- 39) que contiene oráculos de esperanza y de juicio divino contra Judá y otras naciones, data del siglo VIII y fue compuesto en parte por Isaías y en parte por sus discípulos; el segundo Isaías (caps. 40-55), llamado el “libro de la consolación” data de finales del exilio de Babilonia (siglo VI) y contiene la predicación de un profeta anónimo sobre la salvación: anuncia que la liberación de Judá está próxima. El tercer Isaías (caps. 56-66) Denuncia los pecados del pueblo elegido y evoca la restauración de Jerusalén. Intima a Israel a defender el derecho y la justicia, porque la salvación divina está por manifestarse.

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Para la oración personal

Isaías prevé jomadas de sangre y espadas, pero anuncia la cercanía del «Dios-con-nosotros». El profeta vive colgado de la fe que en medio de la debilidad tiene la osadía de cantar a los
ejércitos invasores: «Decid una palabra: no se cumplirá. Porque con nosotros está el Señor» (Is 8, 10).
El hombre que vive de cara al Dios santo ha encontrado la raíz y la razón de la más insobornable libertad.

¿Dónde están mis raíces de fe? ¿Cómo las alimento?
Al final de su camino el profeta ha tenido que sufrir ante el entusiasmo que sigue a una pequeña victoria (22, 1-8) y ante la confianza basada en los preparativos militares (22, 8-14). Ha ofrecido una señal de confianza al rey, que es ahora Ezequías (37, 30-32). Pero el profeta sigue soñando un mundo utópico en el que Jerusalén, su ciudad, sea la meta de una peregrinación universal de la paz, como él mismo había cantado:

«Pues de Sión saldrá la Ley,
y de Jerusalén la palabra de Yahvéh.

Juzgará entre las gentes,
será árbitro de pueblos numerosos.

Forjarán de sus espadas azadones,
y de sus lanzas podaderas.

No levantará espada nación contra nación,
ni se ejercitarán más en la guerra.

Casa de Jacob, en marcha,
caminemos a la luz de Yahvéh» (Is 2, 3-5).

El profeta Isaías vive su profunda experiencia religiosa como exigencia de justicia y como anuncio de fraternidad y de paz. El buscador del Dios inaferrable es el mismo que invita al regocijo porque Dios salva a su pueblo (25, 6-12).

¿Qué imagen de Dios llevo dentro de mí? ¿Cómo me ayuda la experiencia de este profeta?

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Isaías, el gran profeta de Dios
Es el profeta de la confianza en Dios, de la esperanza contra toda esperanza. Nos dice que aunque las situaciones de la vida
sean terribles, jamás dejemos de confiar en que Dios llegará con su gran poder a ayudarnos y defendernos. Anuncia un Mesías o
Salvador, de la familia de David, portador de paz y de justicia, cuyo oficio es encender en la tierra el amor hacia Dios.
Hombre de gran experiencia de Dios e inquebrantable certeza sobre la misión reservada a su ciudad, Isaías ha descubierto a
Dios en las esquinas y recovecos de Jerusalén. Sobre ella aletea la presencia de Dios, las promesas de Dios, la protección de Dios.

La historia de la ciudad —gris o dramática— es ya revelación. Y camino para la búsqueda del Dios santo Nos cuenta y canta la experiencia religiosa que marcó su vocación. Fue en el templo, el año de la muerte del rey Ozías. El profeta vivió la honda y turbadora experiencia del Dios cercano y
transcendente a la vez (Cf. Is 6, 3). Ante la experiencia del Dios santo, el hombre Isaías percibe su impureza y la necesidad de
purificarse (Cf. Is 6,5). Dios, el Santo, es el que santifica. El profeta podrá hablar en adelante por tener unos labios que han
sido purificados. La visión se convierte en misión (“Heme aquí: envíame” Is 6, 8).

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El Dios de la justicia y de la paz
Los oídos que escuchan la alabanza al Dios santo no se cierran al lamento de los hombres. Las palabras del profeta transmiten la
palabra inacallable del Dios justo y compasivo (Cf. 3,14-15).

Al profeta le duele que el pueblo al que ama no sea fiel al Dios al que él ama.

Dios «esperaba de ellos justicia y hay asesinatos;
honradez y hay alaridos» (5,7).

La visión de su pueblo no suscita en el profeta el desaliento, sino la esperanza. Isaías entrevé un retoño nuevo de la vieja raíz de
su pueblo: (Is 11,5). Él soplo de Dios que crea los mundos, creará un hombre nuevo y un mundo nuevo que haga posible la
convivencia del lobo y el cordero:

«Nadie hará daño, nadie hará mal
en todo mi santo Monte,
porque la tierra estará llena de conocimiento de Yahvéh,
como llenan las aguas el mar» (11, 9)

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Para la reflexión y la oración en grupo
El joven rey Ajaz se siente turbado ante la amenaza del rey de Damasco y el rey de Samaría, coaligados contra él. Sale a inspeccionar
las defensas de la ciudad y las conducciones de agua. El profeta le sale al encuentro con un mensaje de parte de Dios:

«Si no os afirmáis en mí no seréis firmes» (7, 9).
El Santo de Israel pide a su pueblo un acto de confianza.

¿En las situaciones difíciles de la Iglesia, oímos la voz de Dios invitándonos a afirmarnos en el Evangelio, más que en nuestros criterios, nuestras fuerzas, nuestros planes?

El profeta es enviado para suscitar la confianza y para desbaratar las seguridades. Dios se adelanta a ofrecer un signo de su presencia y de su protección. Pero la señal de Dios no consiste nunca en demostraciones de fuerza. Los signos de Dios florecenen la cotidianidad. Y en el milagro de la vida que surge, desvalida y fuerte a la vez:

«El Señor mismo
va a daros una señal:
He aquí que la doncella ha concebido< y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel» (7, 14)


¿Descubrimos las señales de Dios en nuestra vida, en la vida de nuestra familia, en la comunidad cristiana, en el mundo?
¿Hemos oído alguna Promesa de Dios? ¿Podemos nombrar alguna Promesa de Jesús en el Evangelio?