Jacob-La oración es un combate continuado

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Estamos interesados en estudiar cómo oraban los grandes personajes bíblicos. Nos encontramos ahora con Jacob, en quien se nos muestran algunos aspectos muy ricos del camino espiritual.

La vida de Jacob, según aparece en el texto bíblico (Gn 25-37) está determinada por la bendición de Dios, bendición que encuentra su punto culminante en el extraño y significativo episodio de la lucha con el ángel. Jacob es el hombre bendecido por Dios que ahonda en su amistad enfrentándose con Él. ¿Qué sentido tiene esa pelea nocturna en el proceso vital de Jacob?

Aunque la lucha con el ángel no es el único episodio para deducir la oración de Jacob, sí es central y marca una dimensión fundamental de la espiritualidad y de la oración: la lucha, el coraje, la entrega, la “‘determinada determinación’ de no parar hasta llegar a ella (la meta, el agua viva…), venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo, como muchas veces acaece con decirnos: ‘hay peligros’, ‘fulana por aquí se perdió’, ‘el otro que rezaba mucho cayó (..) (1).

El que se propone orar y seguir a Cristo ha de tomar las armas de Dios: “abrocharse el ceñidor de la castidad, ponerse la coraza de la justicia, embrazar el escudo de la fe, tomar por casco la salvación y tener la espada del Espíritu, la palabra de Dios rebosando en los labios y en el corazón” (2).

Porque la insistencia en algunos aspectos fundamentales de la espiritualidad se hacia necesaria para liberar al Cristianismo de deformaciones angustiantes, tal vez hemos silenciado el ahondamiento y correcto enfoque de otros aspectos como la ascesis, la abnegación, la sencillez… Al insistir acertadamente en la gratuidad, en la amistad de Dios, en un Dios Abba, misericordia, compasión, en los aspectos eminentemente positivos.., para hacer justicia a un Cristianismo más como ley de amor que ley del miedo, en la penumbra han quedado aspectos que antes eran pan cotidiano y que hay que retomar. Es el caso de la abnegación, tema clave desde el enfoque del enamoramiento, que es por donde hay que empezar.

JACOB

Esaú ha salido a su encuentro con 400 hombres, no le perdona que le haya arrebatado el derecho de primogenitura. Jacob tiene miedo, divide en dos sus posesiones para no perderlo todo. Ora a Dios reconociendo que todo se lo debe a Él.

Veinte años antes Dios le había renovado la promesa que hizo a Abraham su abuelo. Ahora el miedo y el aprieto le arrancan una oración vibrante. Jacob envía regalos a Esaú. Antes de encontrarse con él tiene lugar el episodio de Penuel. Jacob lucha con “un hombre”, que resulta ser Dios, hasta el amanecer, y recibe de Él un nombre nuevo: Israel, por haber sido fuerte en el combate con Dios. El encuentro con su hermano es un éxito. Se abrazan y se reconcilian. Una vez más Jacob tuvo éxito, Dios le salió al paso bendiciéndole en la dificultad.


ENTRE BETEL Y PENUEL. UNA ESCALERA Y UN COMBATE

Betel (Gn 28, 13-15)
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El que ora ha de ser consciente de que lo más grande que tiene lo ha recibido de Dios, y está invitado a vivir todo como un regalo de Dios, porque “nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales”.

Era de noche. Jacob iba a casa de Labán. Tomó una piedra por cabecera y comenzó a soñar. Soñó con una escalera que desde la tierra llegaba al cielo; los ángeles subían y bajaban por ella. Yahvé le dijo: “Yo soy Yahvé, el Dios de tu padre Abraham y el Dios de Isaac. La tierra en que estás acostado te la doy para ti y tu descendencia. Tu descendencia será como el polvo de la tierra y te extenderás al poniente y al oriente, al norte y al mediodía; y por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra, y por tu descendencia. Mira que yo estoy contigo; te guardaré por doquiera que vayas y te devolveré a este solar No, no te abandonaré hasta cumplir lo que te he dicho” (Gn 28, 13-15).

En el sueño, se le manifiesta a Jacob la cercanía entre el cielo y la tierra, los ángeles que suben y bajan, y un Dios que conversa con hombres; la distancia no es infranqueable. Dios ha tomado la iniciativa de “bajar”, de tender una escala para que el hombre pueda “subir”. “En la torre de Babel, el hombre quiere hacer algo; en el sueño de Jacob es la gracia. En un caso es la desmedida del hombre; en el otro, la misericordia de Dios, que realiza lo que la desmedida del hombre no puede hacer. En un caso Dios es un rival, se cae en el pecado, la discordia; en el otro Dios el Padre, hace entrar al hombre en la alianza, en su propia vida“. (3)

La bendición de Dios abre a Jacob a una oración confiada. Se siente cerca de Él. Un lugar cualquiera se convierte en casa de Dios (Betel). La casa de Dios y la puerta del cielo son allí donde el hombre se encuentra con Dios. Él está ahí presente, donde menos se piensa. Y Dios habla. El orante, como el amador, en toda parte ora, en toda parte ama. “Mi centro no es la Trapa -decía el hermano Rafael-, mi centro es Dios“. Y ahí donde el hombre se encuentra, por inhóspito que sea, hay un Betel escondido en su corazón.

La oración de Jacob (Gn 32, 10-13)

Han pasado veinte años. Jacob vuelve al vado de Jaboq. Dios ha cumplido su promesa. “El vagabundo de Betel vuelve convertido en patriarca. Tiene rebaños e hijos. Le queda por pasar la temida prueba de la edad madura. Antes, cuando pasó la primera vez por este lugar, tenía que ganarlo todo, sólo poseía su cayado. Ahora le queda todo por perder. La gracia de este momento va a ser el miedo y la angustia de enfrentarse a Esaú. Jacob ora. Por primera vez ora de verdad” (4), no pone en primer lugar sus capacidades personales, se refugia en Él.

El vagabundo enriquecido es invitado a experimentarse pobre de nuevo, en un sentido más radical y verdadero, interiormente. Porque existe un centro donde ninguna cosa ni seguridad puede llegar y proteger, porque hay una íntima soledad con la cual tarde o temprano todos tenemos que vernos las caras. Las circunstancias han traído a Jacob a este estado de indefensión en el cual sólo le queda confiarse a Él o arrastrarse tullido, fiado en la propia incapacidad. Dios lleva a Jacob a su verdad primera: todo ha sido un regalo de Dios.

Jacob ora, empujado por el aprieto ora. Como un niño, se pone en manos de Dios y le recuerda su promesa. Reconoce que no es merecedor de todo lo que Dios le ha dado y espera en Él. “Jacob pasó allí la noche“.

Penuel (Gn 32, 23-31)

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En el camino que le lleva al encuentro temido con su hermano Esaú, Dios se interpone para hacerle ver que a nadie hay que temer más que a Dios.

Dios le obliga a pelear con El, para que emerja el Jacob valeroso. Dios se convierte en entrenador de Jacob por la prueba, en la noche solitaria, cuando todos los suyos están dormidos y a distancia.

Por sorpresa y sin previo aviso, lucha con su bendito Jacob. Le arranca de su preocupación a otra preocupación más verdadera. Roba su atención para atraerle a sí. Jacob, descentrado por el miedo, acobardado, es atraído al ámbito de Dios: Jacob relativizará el poder humano y quedará libre para ir al encuentro de su hermano. Aquí está la respuesta imprevista de Dios a la oración de Jacob. Luchando con él, Dios le hace fuerte para salir victorioso en la petición que ha hecho.

“El contexto nos muestra que, si bien el patriarca ha cuidado la preparación del encuentro (con su hermano), se ha olvidado de un punto esencial. Ha pensado en todo salvo en el hecho de que Dios, a quien había invocado, tenía una palabra que decir en este asunto. La dificultad llega ahí donde no la esperaba, y es que tiene que enfrentarse con un adversario más temible que Esaú, Dios mismo, que responde así, de forma curiosa, a su oración ” (5).
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Luchar con Dios según el texto bíblico y según la acepción que en espiritualidad se ha extendido es una realidad eminentemente positiva. Luchar con Dios es no amilanarse por el desconcierto que Dios mismo provoca en tantas ocasiones. Luchar con Él es mantener la sonrisa, la cabeza levantada, la confianza despierta… cuando Él mismo se hace esquivo, huidizo, hostil y difícil de descifrar. Luchar con Dios es seguir creyendo en Él aun cuando nos hiera y disloque. Luchar con Dios es no huir cuando la fascinación ha dado paso al martirio cotidiano de una entrega sin brillo y sin aplauso. Luchar con Él es seguir queriendo ahondar en la amistad aún cuando se torne nuestro enemigo. Aquí se encuentra la gran frontera de los verdaderos amadores y orantes, contra este muro muchos chocaron y se volvieron desolados atrás, otros se aventuraron y descubrieron un mundo nuevo en Dios y en sí mismos.

La lucha establece la frontera entre un Jacob anterior y un Israel posterior. El cambio de nombre alude a que ese encuentro ha cambiado su vida. Es el gran reto de la madurez de la vida.

Sale cojeando de la prueba. No sale ileso, es herido por Dios. Porque del encuentro con El nunca se sale ileso. Si es Dios, nunca deja indiferente.

El litigio es iniciativa de Dios que protesta de esta manera. Al enfrentarse con Jacob vuelve las cosas a justicia. Es una misteriosa manera de ahondar los lazos y la amistad entre ambos. Es una pelea, un disloque, una herida que enamora, que desconcierta en principio, para dejar sabor a cercanía cálida y amigable.

Las armas de Dios son su fidelidad y la Promesa renovada. Las de Jacob son su esperanza en Dios. Ambos mantienen hasta el amanecer la tensión, ninguno de los dos cede, los dos ganan la pelea. Nace una amistad renovada, Dios llama a Jacob con un nuevo nombre, Jacob ha visto a Dios sin morir. Ambos han penetrado la intimidad del otro, se han ganado mutuamente.

La amistad de Dios es un tesoro que reciben los que se atreven a luchar con Él, los que están dispuestos a perderlo todo menos la esperanza en Él.

Toda la vida de Jacob está contenida entre dos encuentros con Dios, cogida entre dos momentos de encuentro, el sueño de Betel y el combate del vado de Jaboq. Veinte años separan estos dos momentos. Las dos veces es el tiempo de la prueba y de la noche. Jacob está solo las dos veces… ” (6).

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Dios, precio y premio

El Dios que se hace presente a Jacob es un Dios novedoso, sorpresivo, familiar, como el de Abraham, presente y cercano, providente y encontradizo. Dios que rompe la distancia entre el cielo y la tierra dejando caer una escala.

Dios débil frente a nuestra libertad. Tiene debilidad por el hombre y se hace débil con el débil, pequeño con el pequeño, pobre con el pobre, niño con el niño… Dios ya hablaba lenguaje de hombres antes de Jesús. Toma formas humanas para dejarse sentir, es peregrino que necesita ser acogido, es amigo que quiere conversar, se expresa en la naturaleza para que el hombre pueda interpretar su lenguaje.

Con Jacob podemos pensar hoy que Dios tiene una palabra de confrontación frente a nuestra indiferencia, nuestra apatía, nuestros miedos infantiles.

La oración aparece así como lugar para acoger la bendición de Dios y bendecirle, lugar para dejarse troquelar y dislocar, zarandear y estremecer por su desconcertante presencia. Frecuentemente será la noche su territorio favorito y descubrirás un Betel y un Penuel donde menos piensas si mantienes la atención en la noche y no huyes acobardado cuando Dios empieza a labrarte para la amistad. En todo caso, ora, mantén la mirada en Él y confía, no claudiques, que aquel que te hirió, no se tardará y te sanará.

1. SANTA TERESA, Camino de Perfección 21, 2.
2. Regla Primitiva del Carmen nº 16. Ef 6, 14 sig.
3. J. LOEW, En la escuela de los grandes orantes, Narcea, Madrid, p. 42.
4. Ib., p. 43.
5. MARTIN-ACHARD, Un exégète devant Genese 32, 23-33…, 1971, p. 58. Citado en Fausto RAMÍREZ, La lucha de Jacob -tesis de licenciatura- Comillas, 1973, pp. 59-61.
6. J. LOEW, oc., p. 40.